El pudor no es una emoción negativa y tampoco es lo mismo que la timidez. Muy arraigada por los convencionalismos sociales, la vergüenza es una emoción que, en exceso, puede llegar a incapacitar y aislar. Si eres de los que sienten muy presente su halo paralizador, por ejemplo, cada vez que vas a comprarte ropa, te sientes atraído por alguien o debes ducharte en público, presta atención porque esto te interesa. Probablemente respondas que no. Inconscientemente, tendemos a asociar el pudor a la sexualidad y la desnudez, pero lo cierto es que el pudor no es, en sí mismo, una emoción negativa y abarca la totalidad de la toma de decisiones. El pudor actúa como avisador de que se están traspasando los límites de lo que consideramos nuestra intimidad. Nos valoramos y, en consecuencia, preservamos nuestro núcleo más interno y querido. Solo decidiremos compartirlo con aquellos que cuenten con nuestra más absoluta confianza. La timidez, por su parte, es la viva expresión del miedo al rechazo. Es un miedo anticipatorio, que no responde a una situación real de "peligro", si no a una percepción subjetiva. Damos por sentado el rechazo y construimos una barrera tras la cual nos escondemos. No somos capaces de mostrarnos tal y como somos porque asumimos esa no aceptación.
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